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Paolo, Pablito, clavó tres clavitos. Por Gino Henríquez Campodonico, periodista

Paolo, Pablito, clavó tres clavitos. Por Gino Henríquez Campodonico, periodista

No puedo negarlo, la noticia me afectó. Pese a que friso los 45 años y, supuestamente, debería haber aprendido a recibir malas noticias, la muerte de Paolo Rossi fue un golpe a mi pasado, a esos recuerdos de infancia que si bien parecen dormidos, se levantan frente a acontecimientos así de inesperados.
“Pablito” tenía apenas 64 años y nada hacía suponer un desenlace así, pero estamos en el 2020, donde todo puede pasar, incluso que Maradona diga adiós. Pero esto fue diferente, porque el ex delantero de la Juventus, que fue figura en la Italia campeona del Mundial de España 1982, representa en mi subconsciente una serie de acontecimientos y recuerdos que volvieron como un rayo a mi cabeza.
La Copa del Mundo en la que Rossi se coronó goleador fue la primera que pude ver, con seis años, ya consciente de que me gustaba el fútbol. En un televisor blanco y negro Westinghouse de mi papá que parecía un mueble, seguíamos como familia casi todos los partidos apilándonos en el sofá. Y si es que alguien se aburría, se cambiaba de canal con un alicate, ya que el selector plástico, una de las pocas pifias que tenía el aparato americano, se había quebrado.
El grupo de espectadores, compuesto por el papá, dos adolescentes y el antes mencionado niño de seis años, se mostraba sorprendido cuando la mamá se sumaba con entusiasmo al grupo, dejando de hacer todo lo que estuviera realizando en ese momento. Sin embargo, ese trance pelotero repentino ocurría sólo cuando jugaba Italia. La mamá es hija de italiano, y según dicen, la sangre tira.
Seguramente del penal errado ante Austria de nuestro gran Carlos Caszely jamás se enteró, pero recuerdo que fue la única que dijo que Italia tenía opciones de ganar el Mundial, incluso después de avanzar de la primera ronda con puros empates, ante Polonia, Perú y Camerún. De hecho, sólo la mejor diferencia de goles sobre los africanos los llevó a la clasificación. Por eso, y por la actitud heteronormativa de que los hombres sabemos más de fútbol, los cuatro escuchábamos atentos e incrédulos los pronósticos de mamá y escondíamos la risa.
Es más, yo admiraba profundamente al equipo de Brasil, que era el gran favorito. Era fanático de Zico y me sorprendía con el talento de Sócrates, Falcao y Cerezo (el bueno). Tenía el álbum que en la portada tenía justamente dibujado un jugador vertido de camiseta amarilla y pantalón azul y cada vez que me salía una lámina del Scratch la valoraba como si ese papelito tuviera un gramaje en oro, mientras que las otras las miraba desinteresado. A los chilenos, debo aclarar, no les mostraba tanto entusiasmo, porque como también coleccionaba los álbumes del fútbol local, ya los conocía de sobra (en esa época no teníamos tantos jugadores en ligas extranjeras).
Frente a ese panorama Italia no tenía ninguna opción racional, porque además de enfrentar a Brasil, que venía de ganar a la Unión Soviética y golear a Escocia y a Nueva Zelanda, le había tocado jugar en el grupo de segunda ronda contra el campeón vigente, Argentina.
Pero el tapabocas no tardó en llegar. En el estadio Sarriá los pupilos de Vincenco “Enzo” Bearzot vencían 2-1 a los trasandinos y luego sorprendían a los brasileños superándolos por un ajustado 3 a 2. Partido memorable, donde mis ídolos Falcao y Sócrates lograban anotar, pero en el que terminaron siendo eclipsados por un delantero con aspecto de zancudo que se convertía en héroe de los azzurri al hacer los tres tantos de la victoria. Paolo Rossi aparecía en mi camino, mientras de reojo mi mamá me miraba con cara de “te lo dije”.
“Pablito” como lo llamaban con cariño los hinchas italianos derribaba todos mis planes, y ya sin Chile y Brasil en la Copa, no me quedó otra que apoyar al equipo del abuelo, sumándome traicioneramente al bando de la progenitora experta, mientras mi papá y mis hermanos aseguraban que el monarca sería Alemania, ya que contaban con fríos, calculadores y efectivos monstruos en su oncena: Schumacher, Rummenigge, Briegel, Stielike y Littbarski.
Pero los italianos siguieron ganando e hicieron olvidar el aburrido 0 a 0 del debut frente a Polonia imponiéndose por un tranquilo 2 a 0 al mismo rival. Nuevamente Rossi era genio y figura al anotar ene l Camp Nou los dos goles del triunfo que los llevaba a la final.
En esta instancia, y por coincidencia de los aprontes familiares, los italianos se debieron medir contra Alemania, que en un polémico pleito había dejado afuera a los franceses.
Otra vez los de Bearzot no eran favoritos, pero con un esquema que incluía cinco hombres en defensa se las arreglaban para salir en velocidad y hacer mucho daño a sus rivales. El título de Italia se obtenía con un impensado pero contundente 3 a 1, en donde Rossi pasaba de héroe a leyenda, al convertir el primero de los goles, ejemplo que luego imitarían sus compañeros Marco Tardelli y Alessandro Altobelli.
Mi primer campeón como televidente de una Copa del Mundo era Italia, y mi gran ídolo dejaba de vestirse de verdeamarillo para quedarse para siempre en mi memoria, Paolo Rossi.

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