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Educar los sentimientos. Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

Educar los sentimientos. Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

Antes he señalado cuán importante es la formación en valores, en virtudes, en actitudes. Así creo, que lo actitudinal es de especial relevancia, tanta como lo conceptual y lo procedimental.

Un viernes de evaluación de contenidos, luego de las tradicionales preguntas de ensayo de carácter conceptual, añadí al final una pregunta al margen y, la verdad, no tanto. La pregunta decía así: “¿Conoces el nombre de algún portero, guardia, conserje, auxiliar, asistente de carrera? Mencione su nombre de pila o su apellido”. Simple, ¿no es cierto? Algunos se sorprendieron, no tanto, pero se sorprendieron, muchos sonrieron. Un simple gesto de humanidad. Y la mayoría cumplió, escribió el nombre de una o de dos personas que sí conocían, y señalaron su rol o función. ¿Saben? Ese simple hecho no distingue solo a las personas que nombran o reconocen, más, mucho más distingue a los estudiantes que tienen en su memoria a un servidor, en esencia. Alguien respondió que es bueno recordando rostros, pero no conocía sus nombres. ¡Tarea para la casa!

Antes me he referido a las virtudes humanas o personales y a cómo se aprecia una sensible falta o carencia de práctica de ellas en el desempeño o desenvolvimiento entre pares, entre iguales, en el entorno social, familiar, laboral. Este déficit es transversal, de menor a mayor, de mayor a menor, en muchos de los niveles etarios, en unos más, en otros menos. Quizás se aprecia más en los entornos metropolitanos, o allí es mayor la carencia, por el supino individualismo imperante, mal característico del siglo veintiuno.

No lo dudo, esta educación o formación en valores, en virtudes o en sentimientos, en principio, nace desde las entrañas, no se aprende en el sistema educativo formal. Esta formación se ha de instalar en la familia, en la casa, en el entorno comunitario, y se trata de virtudes tales como la sinceridad, la obediencia, el orden, la fortaleza, la generosidad, la perseverancia, la responsabilidad, la laboriosidad, la paciencia, la justicia, el respeto, el pudor, la sobriedad, la sencillez, la sociabilidad, la amistad, el patriotismo, el optimismo, la flexibilidad, la prudencia, la audacia, la comprensión, la humildad, y alguna más.

Más de alguna de ellas se ha desatendido en la maraña de individualismos imperantes hoy. ¿Qué urgencias han motivado este descuido?

De haber cuidado algo, solo algo algunas de estas virtudes personales en un niño, niña o adolescente otro gallo cantaría en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros ambientes sociales, en la escuela, en el liceo, en el colegio, en los institutos de educación superior.

¿Es tarde? No soy muy pesimista, aunque el optimismo, la esperanza, la fe en que se puedan obrar cambios no asoman, así como así, en el horizonte. El foco hoy está en eficiencia, en muchas métricas, en puntajes, en primeros lugares, en cartones, en medallas, en premiaciones.

Ser mejores, ser mayores, ser más altos, un poco de todo ello, esa es la meta. El crecimiento ha de ser en valores, en virtudes, en sentimientos, en afectos, y no solo, empero no han de ser desatendidos. Se trata de sumar, de multiplicar dones y dotes, y no es tarea de unos, no es tarea de “otros”, es tarea de todos, familia, escuela, comunidad.

¡Manos a la obra! Esto recién comienza, es mucha la labor. ¿Qué hacer, cómo hacer? ¡Armonicemos cabeza y corazón! ¡Conciliemos razón y sentimientos! Y, ¡amen! (así, sin tilde).

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