Ya no se puede hacer peor. Por Guillermo Navarro, periodista

Ya no se puede hacer peor. Por Guillermo Navarro, periodista

“Las cosas siempre pueden hacerse peor”. Una vieja máxima que generalmente se condice con las sociedades tercermundistas y que obviamente tiene su fiel reflejo en el deporte. Prueba fehaciente de ello es nuestra nunca bien ponderada (y con razón) ANFP.

Pero vaya que llama la atención cuando el escenario es diametralmente distinto. Hablamos de la Asociación Femenina de Tenistas Profesionales, la WTA; una de las organizaciones más prestigiosas y con mayor trayectoria en la historia del deporte mundial.

No podemos hablar de crisis cuando los números son azules, pero claramente más de algo no se está haciendo bien, dilapidándose un presente y un futuro pocas veces tan auspicioso como el actual, en cuanto al nivel de la elite de jugadoras.

Para encontrar el origen del problema debemos remontarnos al fin de la carrera de las hermanas Williams y el retiro de la actividad de la siberiana María Sharapova, hechos que asestaron una estocada de la cual, como organización, la WTA a la fecha no se ha logrado sobreponer.

En lo deportivo el nivel pareció estancarse; se cayó en una laguna en la que se echó de menos talentos de la década pasada como Henin, Clijsters o Hingis. En lo económico, la ausencia de un rostro fuerte pesó de sobremanera para los auspiciadores.

Se endosó la responsabilidad de levantar la actividad a jugadoras como Azarenka, Kvitova, Halep o Wozniacky; exponentes talentosas, pero que alternaron el podio sin una supremacía marcada y lo que es peor, sin lograr cautivar al público y a los sponsors, como si lo hicieran Serena o “Masha”.

Repercusión financiera que vino de la mano de las crecientes y justas demandas por premios económicos para las tenistas, considerablemente menores si se compara a lo que por ese entonces ya cosechaba no sólo el “big three” en varones, sino que todo el circuito masculino.

Vino después la pandemia, tiempo de pausa que pudo significar una oportunidad para gestar un rediseño, pero nada de eso ocurrió.

Desesperadamente se comenzó a buscar una estandarte que fuera capaz de llevar las banderas… y parecía que la encontraban. La australiana Ashleigh Barty llegaría al número 1 del mundo en 2019 con 23 años, mostrando un nivel muy superior a la media, caracterizada por la irregularidad. Fue así como ganó tres Grand Slam; Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de Australia.

Pero Barty tendría otros planes. Sin contraparte de peso y sorpresivamente, solo dos años después de conquistar la cima, la oriunda de Queensland decidió retirarse para enfocarse en su vida personal. Un mazazo para la WTA.

Cierto es que cómo dicen en el barrio, “las malas no llegan solas”. Paralelamente la china Peng Shuai, top ten en dobles y ex número uno del mundo de la especialidad, denunciaba haber sido víctima de abusos sexuales de parte de un ex vice primer ministro de su país. El resultado: su desaparición por casi 15 días, el retiro de la actividad y un presente dudoso, pues todos los indicios apuntan a que se encuentra fuertemente custodiada por funcionarios de Gobierno. De hecho, hasta hoy ningún personero de la WTA o de alguna organización de occidente ha podido conversar personalmente con ella.

El caso se dio en pleno auge del movimiento “Me Too”, que busca visibilizar a las víctimas de acoso, sin embargo, la WTA se vio de manos atadas. Una carta de condena y la cancelación del Master de Pekín 2021 y 2022 fue todo lo que pudo hacer. De hecho, los torneos en el gigante asiático (que desembolsa importantes fondos para su realización) vuelven a partir de septiembre, sin que se esclarezca lo que pasó realmente con Shuai, a quien nunca más se la ha visto fuera de sus fronteras.

Panorama complejo entonces el que presentaba a fines del 2021 el tenis femenino. Pero la vida siempre da nuevas oportunidades, y en esta ocasión perece incluso hasta ser extremadamente generosa.

La nueva generación llegó con todo, y a un nivel altísimo. La primera en aparecer fue la polaca Iga Swiatek, la actual número 1 del mundo quien el año pasado logró el record de 67 victorias y solo 9 derrotas. Con solo 21 años ya tiene 3 Grand Slam a su haber, con 59 semanas consecutivas como soberana del tenis femenino.

Pero Iga no llegó sola, ya que su irrupción está acompañada este 2023 de otras dos grandes exponentes. Aryna Sabalenka; la bielorrusa de 25 años ocupa el segundo lugar de la clasificación, con un torneo “grande” y dos masters 1000 a su haber.

La otra figura deslumbrante es Yelena Rybakina, la kazaja de 23 años de origen ruso, también ganadora de un GS y dos torneos master, quien hoy figura en el cuarto lugar del escalafón sólo porque Wimbledon (que ganó el año pasado) no entregó puntos. De lo contrario sería con comodidad la tercera.

Tanta es la proyección de estas jugadoras que la crítica (con justa razón) ya las denomina como el “big three” femenino, destinado a hacer historia esta década. De hecho, de los últimos 13 torneos mayores, entre grand slam y masters, las tres tenistas totalizan 7 trofeos. Más de la mitad de los títulos.

El tercer y quinto lugar de la clasificación lo ocupan hoy la norteamericana Jessica Pegula y la francesa Caroline García, respectivamente. Interesantes jugadoras que también han ganado masters 1000, pero que ya tienen 29 años de edad, lo que les complica proyectar un horizonte de largo plazo en la lucha con el tridente dorado.

El panorama entonces hoy no podría parecer más positivo para la WTA dado el escenario de alta competencia, pero las cosas, tal como se mencionó antes, siempre pueden hacerse peor.

Prueba irrefutable son los últimos dos torneos master disputados, donde la discriminación y la toma de malas decisiones fueron evidentes.

Todo partió en Madrid con una desafortunada coincidencia que puede parecer trivial, pero que a la postre marcaría el devenir del torneo. Carlos Alcaraz y Aryna Sabalenka cumplen años el mismo día; el 5 de mayo. Sin embargo, la felicitación por parte del torneo fue absolutamente opuesta. Alcaraz recibió un homenaje y una tarta gigante en la pista central, mientras que la, a la postre campeona femenina, fue felicitada de manera privada y con un pastel mucho más pequeño.

Luego vinieron los horarios. Las jornadas más extensas fueron cerradas por juegos de segundo orden de varones, o por las top 3 del ranking femenino. Quien más sufrió la programación fue Iga Swiatek, que terminó jugando un par de partidos pasada la 1:30 de la mañana. La polaca no es tímida y no dejó pasar la oportunidad de encarar al director del torneo, Feliciano López, en la ceremonia de trofeos femenina. «No es natural jugar a la 1 de la mañana, así que estoy feliz de haber podido superar esta experiencia y sobrevivir», señaló con ironía.

Pero los desaguisados no terminaron ahí. La guinda de la torta se dio tras la final de dobles femenino, en la que Beatriz Haddad Maia y Victoria Azarenka derrotaron por 6-1 y 6-4 a Coco Gauff y Jessica Pegula, partido programado para antes de la final de varones.

La decisión de la organización dejó boquiabiertos a los presentes y, especialmente, a las jugadoras. En un intento por vaciar la pista lo antes posible para centrarse en la final masculina, se suspendieron los discursos en la entrega de trofeos, imprescindibles en cualquier premiación. El desencanto de las deportistas fue claramente visible.

¿Podríamos decir que sólo en Madrid pasan este tipo de cosas? Tristemente no. Dos semanas después se disputó el Master 1000 de Roma con un desenlace que ni Hitchcock hubiera imaginado…

Lo vivido tras la final entre Rybakina y Kalinina fue surrealista. Tribunas prácticamente vacías por la lluvia y una organización del terror.

La ceremonia partió de la peor manera. Se confundió a las protagonistas al momento de anunciarlas. Hasta la ganadora no podía disimular su incredulidad.

Pero la cosa no quedó ahí, pues siempre se presenta primero a la subcampeona para que hable al público. Sin explicación esta vez fue al revés, lo que desató los abucheos de los pocos aficionados que aún permanecían en el court. Producto de este papelón, los dirigentes del tenis italiano desaparecieron por completo.

Como consecuencia, ya no había quien otorgara el trofeo a Rybakina. Improvisadamente una modelo tuvo que entregárselo, mientras reinaba el desconcierto entre la organización del torneo y representantes de la WTA que se responsabilizaban mutuamente. Hasta ahora la kazaja ha guardado silencio después de este bochorno.
Descalabros que no son tolerables ni siquiera en el más amateur de los deportes. Menos si se considera la danza de millones que mueve el tenis profesional y el nivel de las competencias en cuestión.

Descuido, falta de prolijidad, incapacidad de gestión o exceso de confianza. Razones puede haber múltiples pero el resultado hoy es el mismo. La WTA se encuentra cuestionada por una serie de episodios de distinto origen que ya se arrastran por varios años y que en el último mes han caído incluso en el absurdo. Grave y preocupante si se considera el potencial tenístico y deportivo de su joven y renovada elite, que promete espectáculo y nivel de sobra para los próximos años.

Pero ojo, todo elástico se corta. Las malas decisiones desmotivan. Ya se alejó Barty hace dos años siendo la número 1 del planeta; no vaya a ser que la paciencia de Swiatek, Sabalenka o Rybakina se agote, pues ello significaría dilapidar una década dorada.

El futuro se presenta incierto. Es de esperar que la WTA enmendé el rumbo y no siga haciendo carne la vieja máxima, pues las cosas, por el bien de este deporte, ya no se puede hacer peor.

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