Cuando las cosas fallan se deterioran. No es un proceso rápido, es lento. No es de ahora, es de años. El hecho es que los profesores de Atacama estaban en paro y los niños, niñas y jóvenes de 46 establecimientos llevan más de 2 meses sin clases. Paro que tiene como origen la constatación de establecimientos en condiciones absolutamente precarias que impiden seguir usándolos. Era urgente reparar. Era urgente cambiar algo para que esto no suceda nuevamente. Pero, al parecer, para reparar se requerían una serie de condiciones que enlentecieron el proceso. Esto derivó claramente en el cuestionamiento a la estructura de funcionamiento y a una mala administración que ha impedido llegar a acuerdo para retomar clases, y las críticas de un lado y otro sólo promovieron mayor distancia entre las partes, adicionado a ello, la crítica pareciera que inundó todo, no dejando avanzar en soluciones. Y los niños, niñas y jóvenes siguen sin clases. Surgen las preguntas, si la situación es sin duda urgente ¿Por qué ha demorado tanto la solución? ¿Por qué no se toman soluciones urgentes a problemas urgentes? ¿Qué llevó al deterioro de los establecimientos?
Es de sentido común que cuando un problema no se resuelve con la celeridad correspondiente, este se transforma en algo mayor que se hace muy inabordable. Aquí pareciera que hay muchas responsabilidades porque la precariedad, insalubridad y el deterioro de los establecimientos muestran que algo previo no funcionó. Ahora se cuestiona la nueva estructura de los establecimientos bajo el alero de los SLEP (Servicios Locales de Educación Pública), pero pareciera que el mayor cuestionamiento es de carácter ético porque se abandonaron los espacios educativos de niños y profesores, seguramente por administraciones cuestionables y, claro está, no se debe más que repensar con urgencia la estructura más adecuada para tener una educación pública de calidad.