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¡Amen! Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

¡Amen! Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

¡Así sin tilde! ¡Amen! ¡Háganlo de modo resuelto! De hacerlo, todo resulta diferente, todo. Ya lo notarán. Lo que se da, se devuelve, mañana o tarde, y será.

Do ut des! ¡Doy para que des! Y hazlo sin demora, no lo pienses más. No hay que hacer cálculos. Si todos, si cada uno se ocupara de uno, de tan solo uno, no necesariamente de todos, notarán cuánto cambia todo, todo.

Abandonen aquello de ser consumista, comprador, poseedor, propietario, sean, seamos vendedores de amor, de felicidad, de alegría, de fe, de esperanza. Demos. No esperemos; no hay tiempo que perder. El afán de aguardar es cómodo.

¿Qué podemos dar? Todos tenemos algo para dar, todos. Un saludo, una palabra buena, una expresión de gratitud, una buena noticia, una respuesta, una sonrisa, un buen deseo, una buena acción, caminar juntos, dar una mano, quizás las dos,… tanto. La idea de este dar es que se replique, se multiplique, continúe, que sea una verdadera cadena, un sinfín.

¡Dar las gracias! Es un buen gesto de amor. Y tanto que las regateamos.

¡Gracias! ¿Recuerda cuándo fue la última vez que las expresó? ¿Fue hoy? ¿Recuerda a quién y por qué?

¡Gracias! Expresión tan valorada y tan poco brindada. El individualismo que se ha asentado en estos tiempos, estimo, es en buena medida la razón de tan poca práctica. La suficiencia de las personas en sus actuaciones, si no la vanidad ha incidido en no expresar de manera graciosa, amable, la satisfacción de un simple proceder del que somos beneficiados.

¡Gracias! ¿Por qué no darlas, por qué negarlas? Lo que hacemos, lo que decimos normalmente tiene un destino, un destinatario, un propósito, es algo natural. Todos lo hacemos, y es un ejercicio que es de ida y de venida, es decir, todos, todos nos beneficiamos de manera directa o indirecta de lo que se dice o decimos, de lo que se hace o hacemos en nuestro habitual departir, compartir o convivir.
¡Gracias! Siempre, sí, siempre las debemos o las quedamos debiendo.

Saludar. Sí, dar el saludo también es una expresión de amor. Y también lo escamoteamos. Es usual, muy característico, que en el saludo dado o él mismo, contenga o se resuma en un habitual ¿cómo estás? Y la respuesta verbal invariablemente es un ¡bien!, breve, parco, simple, y así ya se sale del paso. A veces, solo a veces, es un dubitativo ¡bi-bi-bieen! Y ya menos, mucho menos, un sincero y grave ¡mal! Y lo curioso es lo que sigue en ese intercambio de “saludos”, la respuesta a estas tres variantes expresivas, es, diría, frecuentemente similar, un ¡ah!, ¡qué bueno! Incluso se alcanza a agregar un “me alegro”. ¡Plop!

¡Qué pasó! ¿Qué pasa? ¿Qué ha operado? O ensimismamiento, conducta robotizada, algorítmica o ninguneo, quizás. Lo último, ¡mal!, ¡muy mal!, en especial, si es un modus operandi, una conducta ya instalada y desarrollada en un individuo, y utilizo esta palabra, porque es muy posible que se trate de alguien que cree (lo cree), que es único, especial, que todo gira en torno suyo.

Es preciso cambiar. Nuestra interacción ha de experimentar cambios. Somos seres sociales, no somos seres individuales, únicos, solitarios; la conducta del yo es en consonancia con el otro, con el prójimo, el yo se construye con el tú, nos complementamos, uno y otro nos completamos.

¿Cómo hacerlo? Salir del ensimismamiento, levantar la mirada, fijarla en el tú, y admirar en ese tú el yo, empatizar también, ¡por qué no!

Y aquí matizo, ensayo o dramatizo. Unos y otros, en lo más íntimo de nuestro ser queremos la felicidad, momento tras momento, día tras día, quizás con variadas expresiones o rostros. Me refiero a que, por sobre todas las cosas, queremos ser felices y, por extensión, queremos la felicidad en los otros. Y he aquí que, antes que hacer cosas, como estudiar, y solo con el primario objetivo de hacerlo bien, o que nos vaya bien, o que nos resulte bien, la pregunta típica a nuestro circunstancial interlocutor es ¿cómo te fue?, ¿cómo te fue hoy?, ¿cómo te fue en la escuela, en el liceo, en la universidad?, ¿cómo te fue en el trabajo?, ¿cómo te fue en la oficina?

¿Qué hacer? ¿Cómo hacer?

Propuestas. La primera, quitemos de nuestras prácticas interactivas ese molesto ¿cómo te fue? Dejémoslo reducido a la mínima expresión, olvidémonos de él, poco a poco.

La segunda propuesta y última. Antes, antes de la pregunta innombrable, opten por esta, ¿cómo estás?, por la más genuina y auténtica de las preguntas ¿cómo estás? Mas lo principal, es aguardar la respuesta, poner fina atención a la respuesta, y actuar en consecuencia.

Ensayemos:
– ¡Buenos días! ¿Cómo estás?
– ¡Bien! ¡Muy bien! ¡Gracias!
– ¡Cuánto me alegra saberlo!
– Y, tú, ¿cómo estás?
– ¡Bien, también! ¡Gracias!
Y así.
– ¡Gracias por la atención!
En fin, ¡amen!

 

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