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¿En qué está su hijo? Por Fernando Chomalí Garib, Arzobispo de Santiago de Chile

¿En qué está su hijo? Por Fernando Chomalí Garib, Arzobispo de Santiago de Chile

Vivimos en una sociedad marcada por la violencia. Hay actos tales que sobrepasan toda imaginación, sobre todo cuando hay jóvenes involucrados.

Las actitudes frente a ello son varias.

Algunos se encierran cada vez más, se enrejan, electrifican sus muros, toman seguros e incluso se arman.

Otros lo niegan, viven como si no pasara nada, hasta que les toca a ellos.

Los últimos se hacen dos preguntas, la primera: ¿de qué manera con mis pensamientos, con mis palabras o mis acciones he contribuido directa o indirectamente a que mi ciudad, mi barrio sea como es y no mejor?

La segunda: ¿qué puedo hacer?, ¿de qué manera puedo contribuir a que haya más paz, más armonía y fraternidad?

La verdad es que nadie por sí solo, puede cambiar el mundo en lo que a la violencia se refiere; pero sí cada uno puede ser pacífico, justo y fraterno e irradiarlo al entorno y la gente que está cerca, ahí está la clave.

Un mundo mejor, pacífico y justo es fruto de personas justas y pacíficas. Y de ello somos responsables, porque no hay nada más personal que el mérito y la culpa.

Es una ilusión pretender una sociedad menos violenta, si cada uno de nosotros no hacemos un examen de conciencia muy riguroso, respecto de nosotros mismos.

Quienes tienen una responsabilidad en esto son los padres de familia, puesto que son los primeros educadores.

Ustedes, padres, son los primeros responsables de la educación de sus hijos, sobre todo la referida a los principios morales y de respeto hacia el otro.

Estos principios y valores sólo serán posibles si les ayudan a que encuentren el sentido a sus vidas y la comprendan como un gran regalo, con una dimensión trascendente.

La experiencia de Dios como creador y lleno de misericordia, así como la experiencia se sentirse amado y capaz de amar es indispensable.

Es fundamental. Detrás de cada acto de violencia hay un grito desesperado de ayuda para salir de la soledad y ser reconocido.

¿Sabe en qué está su hijo?, ¿dónde anda?, ¿qué piensa de su propia vida?, ¿cuándo fue la última vez que le puso límites claros?, ¿cuándo fue la última vez que le dijo que lo quería?, ¡piénselo!

Solamente desde la experiencia de sentirnos un don y amados, podemos comprender nuestra existencia y la de los demás, como un regalo de valor inestimable que tenemos que cuidar.

Esa experiencia nos saca la pretensión de querer ser el centro de todo, para situarnos más al servicio de los demás.

De esta nueva forma de comprendernos, se podrá realmente aspirar a una sociedad más fraterna, a medida de la altísima dignidad del hombre, de todo hombre y de todos los hombres.

Por último, ¿educamos a ser fraternos?

 

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