Hace solo unos días, uno de nuestros nietos, mientras íbamos de un punto a otro de la ciudad, en realidad, desde el colegio a su casa, al término de una larga jornada escolar, primero musitó, luego pronunció “cord, cordis”. Me sorprendí, me sorprendió. Lo miré, y se sonrió. Volvió a decir “cor, cordis”. Le pregunté ¿por qué las decía?; me respondió ¡porque tú las escribiste! Es cierto, las escribí, es el título de una columna de opinión anterior. Le dije que en latín, significa “corazón”. Que en español, la palabra corazón deriva o da forma a muchas otras palabras que tienen significación afín, o parecida, como por ejemplo, cuando escribimos al cierre de una misiva, “saludos cordiales”, lo que decimos o queremos decir es “saludos desde el corazón, con el corazón, o de corazón a corazón”. ¿Lo sabían? Muchas veces, decimos o escribimos ciertas expresiones porque ya aprendimos a hacerlo, pero no tenemos claridad o conocimiento de lo que significan.
Es curioso, la palabra “corazón” es de amplio, muy amplio y diverso uso. Así, por ejemplo, en la Biblia, aparece 2310 veces; entonces, Dios nos invita a velar por él por sobre todas las cosas: “Primero que nada, vigila tu corazón, porque en él está la fuente de la vida”. (Proverbios 4:23). Y luego, en Mateo 22:37, se nos señala que amar a Dios, implica hacerlo, en primer lugar, con el corazón, con el alma y después con la mente.
El Papa Francisco no pocas veces, en realidad, varias, muchas veces, trae a mención la palabra corazón, en homilías, en mensajes, en saludos, en encíclicas, en textos magisteriales.
En la reciente carta encíclica “Dilexit nos”, en sus cinco capítulos, así como hay trescientas menciones de la palabra amor, son 481 las alusiones a la palabra corazón. Veamos algunas, ya en los primeros párrafos se refiere a la importancia del corazón, “2. Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón. Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón”.
¿Cómo relacionar la palabra amor con el corazón? Es incuestionable que una y otra se enlazan de mil y una formas, en distintos mensajes o textos. Con el corazón, de corazón, de corazón a corazón, son expresiones más o menos recurrentes en la relación interpersonal, y no se extienden a un universo mayor a esa relación, salvo contados casos en la vida de una persona. Esa relación interpersonal, fraterna, de sentirse y saberse hermanos, no se edifica así como así. Nace, se construye desde un entorno que favorece su construcción. ¿Qué abona tal edificación? ¿Qué es necesario? Respeto, cariño, cuidado. Si bien el corazón es materia, es cuerpo, en él, a la par, se alberga lo bueno y lo malo de una persona. Físicamente experimenta confort, sosiego, paz, si lo que nos mueve en favor del prójimo es algo bueno, en cambio, si lo que se hace, se dice, causa a otro, dolor, daño, aflicción, nuestro órgano también lo experimenta, y no es confort, es desasosiego, intranquilidad, nerviosismo, y el órgano físico experimenta contracciones, reveses, quizás transitorios, pero diría yo, “se avejenta”.
¿Cómo hacer? ¿Qué hacer, entonces? Ser humildes, no soberbios. La humildad es una virtud casi en retiro en los tiempos que moramos. La humildad no pasa por ser sumiso, callar y obedecer; se trata más bien de saber escuchar, aprender, respetar y sobre todo ayudar en lo que sea posible. Antónimos de la humildad, el orgullo, la vanidad, la soberbia, la insolencia. Estos, estos, más bien, construyen muros, mientras la humildad tiende puentes.
Creo, humildemente, que es tiempo de tender puentes, tender lazos. Unirnos. Esta es una solicitud cordial, es decir, de corazón a corazón.