La tecnología ha transformado nuestras vidas para bien en muchos aspectos, pero también ha abierto la puerta a nuevos escenarios de riesgo, especialmente para niños y adolescentes. En el entorno escolar, donde se supone que los jóvenes deberían estar protegidos, crece una problemática preocupante: los abusos sexuales entre pares, facilitados y amplificados por el uso de pantallas.
Manejo de la tecnología a temprana edad, chats grupales, redes sociales y aplicaciones de mensajería, se han convertido en lugares donde se ejerce presión, se vulnera la intimidad y se reproduce violencia. Uno de los fenómenos más alarmantes es el sexting coercitivo: cuando un adolescente es instado por sus compañeros a enviar imágenes íntimas, muchas veces bajo amenazas o burlas. Esas imágenes pueden circular entre grupos, ser usadas como forma de extorsión —la llamada sextorsión— o, incluso, compartidas públicamente como si se tratara de una broma escolar.
Estas prácticas, lejos de ser hechos aislados, están cada vez más normalizadas. Parte del problema es el acceso irrestricto y sin filtro a contenidos sexuales en internet, que no sólo desinforman, sino que distorsionan las relaciones humanas desde edades tempranas. A ello se suma una cultura digital que muchas veces premia la transgresión y minimiza las consecuencias: se viralizan agresiones, se ridiculiza a las víctimas y se celebra el morbo.
Frente a esta realidad, muchos colegios están aún sin herramientas. La ausencia de protocolos claros, la falta de capacitación docente y la poca participación de las familias generan un vacío que termina siendo aprovechado por los agresores.
Aquí, el rol de la Familia es clave. Padres y madres no pueden delegar en las escuelas la formación afectiva, sexual y digital de sus hijos. Es en el hogar donde deben establecerse límites claros, fomentar la confianza para hablar de estos temas y enseñar que la intimidad no es un bien intercambiable. Al mismo tiempo, el sistema educativo debe asumir su parte: no sólo desde la disciplina, sino desde replantearse qué responsabilidad tienen en esta epidemia de las pantallas y el daño que causa exponer a los menores a temáticas que el cerebro de los niños aún no puede entender.
No basta con prohibir el uso de celulares: se necesita una respuesta educativa e integral, que combine autoridad, acompañamiento, prevención, y por qué no, retrasar las clases de tecnología donde a niños desde primero básico se les enseña a usar y navegar por internet. Es hora de mirar de frente esta problemática y asumir la responsabilidad que nos corresponde como sociedad, como familias y como comunidad educativa.