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Chile sin niños: el aula vacía de un país que envejece. Por Juan Pablo Catalán, académico de Educación UNAB

Cada mañana, miles de aulas en Chile abren sus puertas… y muchas quedan en silencio. No es un problema administrativo ni un fallo de gestión: es el síntoma de un país que ha dejado de nacer. Chile envejece aceleradamente, y la escuela —ese espejo de la nación— comienza a reflejar su vacío.

Según el Ministerio de Educación (2025), la matrícula escolar nacional cayó un 1,1 % en un año, y en la última década el sistema perdió más de 150.000 estudiantes. Las salas se encogen, los cursos se fusionan y los patios se sienten más amplios, no por diseño, sino por ausencia. En educación parvularia, la matrícula bajó a 299.000 niños, cuando hace diez años superaba los 400.000. El fenómeno es claro: menos niños, menos escuelas, menos futuro.

Durante años culpamos a la “fuga de matrícula” desde lo público a lo subvencionado. Pero hoy la realidad es más profunda y más inquietante: cada vez hay menos niños que fuguen. La tasa de fecundidad en Chile alcanzó apenas 1,16 hijos por mujer en 2023 (OCDE, 2024), muy lejos del reemplazo generacional. La escuela está vacía porque el país está dejando de nacer.

El impacto no es solo numérico. Menos estudiantes implican menos financiamiento, menos horas docentes, traslados y despidos; cierres de escuelas rurales que eran el corazón de sus comunidades. Cuando un colegio cierra, no se apaga solo una pizarra: se apaga una historia. Se pierde memoria, identidad y tejido social ¿Quién escucha el eco de una maestra que enseña en una sala donde apenas quedan tres pupitres? Para muchos docentes, la baja matrícula no solo se siente en el contrato: se siente en la vocación, en la incertidumbre y en la pérdida de comunidad.

Chile diseñó su política educativa para crecer: más escuelas, más programas, más inversión. Pero el desafío actual es otro: ¿cómo planificar un sistema que decrece sin destruir comunidades educativas? La respuesta no puede ser solo cerrar aulas ni fusionar niveles. Se requiere una reorganización inteligente de la oferta escolar, una política demográfica-educativa que articule natalidad, familia y desarrollo territorial. Si el Estado no ajusta el financiamiento y la planificación territorial, el cierre de escuelas dejará de ser la excepción y se volverá la norma.

La OCDE advierte que los países que envejecen sin adaptar sus sistemas “pierden cohesión social y capital humano” (OCDE, 2024). La UNESCO recuerda que “la escuela no puede ser ajena al pulso de la vida demográfica”. Sin embargo, Chile parece mirar hacia otro lado, atrapado entre la nostalgia y la inercia.

Esta crisis silenciosa no se resuelve con decretos, sino con una mirada humana. Hay que cuidar a las escuelas pequeñas, proteger a sus maestros, y entender que cada cierre arranca una raíz del territorio. En tiempos donde el país se contrae, la escuela debe expandir su sentido: volver a ser refugio, comunidad y esperanza.

La escuela vacía no es solo una metáfora demográfica: es el espejo de un país que ha dejado de creer en su futuro. Y porque si todavía quedan maestros, escuelas y niños, todavía queda futuro.

 

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