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La cultura de lo inmediato. Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

La cultura de lo inmediato. Por Raúl Caamaño Matamala, profesor Universidad Católica de Temuco

Paciencia. Poca paciencia. La poca paciencia o derechamente la impaciencia pareciera estar a la base de intentos de explicarnos la preferencia por lo inmediato, aquello que no requiere creación paciente, aquello que no demanda formación o preparación secuenciada, aquello que no exige cultivo, estudio o desarrollo.
Se opta, con esencial apoyo de la tecnología, por aquello que otorga goce inmediato. La laboriosidad, aquello concatenado, paso a paso, que toma tiempo, bastante quizás, ya se ha abandonado. Lo manufacturado ha cedido. Ya casi se desprecia.
Antes si algo se rompía, se buscaba pacientemente el modo de reponerlo, repararlo, que volviera a cumplir su misma función. No faltaba el maestro chasquilla que buscaba y buscaba la solución. Qué decir de pantalones con alguna rotura, si era menor, se zurcía (¿qué es eso?), o se parchaba dignamente, lo mismo ocurría con los calcetines, ¿qué?, ¡se zurcían pues!, las camisas, si se gastaban los cuellos o los puños, se intentaba con paciencia china, virarlos. En otro orden de cosas, en Lebu, en los años cincuenta, poco después de las seis de la tarde, hora a la que llegaba el tren de Los Sauces, y antes, de Renaico, y antes desde Concepción y otros puntos de conexión, recién llegaban los diarios, que El Sur, El Diario Ilustrado, El Mercurio, Clarín, El Siglo y revistas Margarita, Rosita, Confidencias, El Topaze, por mencionar algunos. ¿Qué sucedía? Don Domingo Olave, propietario de la librería, desanudaba paquete por paquete, arrollaba los cáñamos, desplegaba los papeles que envolvían los diarios y revistas uno a uno, los doblaba de manera ordenada, apartaba los ejemplares de suscriptores, y recién atendía los pedidos de quienes queríamos obtener un diario o revista. ¡Paciencia, señor, paciencia! O tempora, o mores! Otro tiempo, otras costumbres. Hoy, eso, es impensado. Son otros los modos, son otros los ciclos.
Todo, mucho, es pre-parado, pre-cocido, o cocido ya, y sucedáneo, si no. No hay tiempo, es la excusa, no hay tiempo. Hay que trabajar, hay que volver a trabajar.
¿Cómo se hacía antes en las oficinas? Hoy, los resultados priman, las metas importan, siempre más, y ello obliga a las prisas, a atender los procesos, a privilegiar la optimización del tiempo. Ello, en desmedro de la interacción, de la comunicación, la comunicación efectiva, y afectiva. El trato entre compañeros, entre amigos, disminuye en tiempo y como efecto se produce un distanciamiento, dando paso a la ocasionalidad o a lo accidental, afectando la calidad, sino la calidez. Otro efecto es, aditamento, el aislamiento, la soledad, el individualismo, que, en sí, no son malos efectos, solo que si se trata de una práctica inveterada sí evidencia marcas o resultados negativos. No lo duden, son mejores los resultados de equipo, de grupo, de familia.
La irrupción de la tecnología evidentemente ha marcado la frontera de un antes y un después en la inmediatez. Aunque quizás no seamos conscientes de esta consecuencia, muchos nos hacen sentir que lo queremos todo y lo queremos ¡ya! Las cosas bien hechas sí se sienten como logradas, por su laboriosidad, por su concatenación, por la dedicación que les otorgamos.
La sociedad padece un mal, y no nos damos cuenta de ello, padecemos una adicción al cortoplacismo, al ahora, y el no conseguir resultados, o resultados que queremos, nos llena de insatisfacción.
Raya para la suma, añadan paciencia a la vida, algo de placidez, de sosiego, también. ¡Sosiéguense, les dicen!

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