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El Partido Social Cristiano, una fuerza débil. Por Luis Aránguiz Kahn, Mg. en Estudios Políticos, U. de los Andes

El Partido Social Cristiano (PSC) ha proclamado la precandidatura presidencial de una de sus diputadas, buscando instalarse en la “nueva derecha” con el Partido Republicano (PR) y el Partido Nacional Libertario (PNL). Se piensa que el PSC logrará movilizar al escurridizo “voto evangélico”, pero hay al menos tres aspectos a tener en consideración frente a este nuevo escenario.

En términos de alianzas, el PSC ha sido objeto de polémicas desde que se fundó en 2022 como secuela del Partido Conservador Cristiano (PCC). Por ejemplo, llamó a rechazar en el plebiscito de salida del segundo proceso constitucional en 2023, pese a que tras la redacción del texto estaba el PR, su anterior aliado en la elección presidencial de 2021 en el Frente Social Cristiano (FSC). Esto también molestó en otros sectores conservadores evangélicos. Otro episodio: en las elecciones a alcaldes y concejales de 2024 circuló la idea de que la derecha habría tenido mejores resultados si el PSC no hubiera corrido con lista propia con más de 80 candidatos a alcalde. Temuco fue emblemático: había un candidato evangélico de oposición apoyado por toda la derecha, pero el PSC envió a su propia carta.

El PCC-PSC nació en Bio Bío y sus fundadores y base electoral son principalmente evangélicos. Son conocidos por sus posturas conservadoras en lo valórico y por una serie de acusaciones constitucionales fallidas en contra del oficialismo. Pese a que es el primer partido evangélico que logra llegar al Congreso, su mayor fortaleza también es su mayor limitación: solo un cierto tipo de evangélico acepta someterse a la disciplina partidaria y movilizarse. Muchos otros prefieren militar en partidos no evangélicos y no votar por “hermanos” en la fe. En realidad, el PSC es una proyección del reconocido faccionalismo institucional evangélico, solo que ahora se está expresando en la vida política. No representa a todos los evangélicos interesados en política ni mucho menos a la enorme diversidad del mundo evangélico. Incluso si alguien pretendiera afirmar tal cosa, los resultados electorales son elocuentes.

Además, el PSC es indefinido ideológicamente. Es cierto que su nombre puede generar la impresión de que pertenece a la tradición política socialcristiana. Recientemente esta posición ha vuelto a aparecer ocasionalmente en la escena pública por ejemplo cuando J. A. Kast convocó a “incluso socialcristianos” en su programa de gobierno de 2021. Amarillos por Chile también invocó al socialcristianismo en 2022 como una de las “largas tradiciones” en las que se inspira al formarse como partido. Esto ocurre porque en Chile se ha tratado de una tradición política influyente. Nada de esto hay en el PSC. Como es un partido evangélico, podría esperarse alguna apelación a tradiciones de pensamiento político protestante como la holandesa, sueca o alemana. Nuevamente, nada de eso. Tiempo atrás, consultada por los referentes de la tienda, una concejala del PSC contestó que son Jesús, la Biblia y tres nombres más: todos de predicadores.

Como corolario a lo dicho, el PSC ha sido fuertemente criticado desde otros sectores del conservadurismo evangélico. Abraham Larrondo, antiguo dirigente evangélico que intentó levantar el partido Alianza Nacional Cristiana en los años 90 emitió una carta pública criticando al PSC por un “hermetismo cupular” y un modelo “autárquico” en su toma de decisiones, además de un “pragmatismo espurio” en su forma de hacer alianzas. Esto lleva a pensar que el PSC replica el modelo autoritario y caciquista de liderazgo eclesiástico que los evangélicos chilenos -sobre todo pentecostales- han conocido por un siglo, largamente estudiado sociológicamente. No en vano han sido llamados “iglesia-partido” cuando eran el movimiento religioso-político Águilas de Jesús. Por si fuera poco, uno de sus fundadores, el ex constituyente de la primera convención Luciano Silva, renunció recientemente al PSC acusando “instrumentalización de las iglesias evangélicas” con fines políticos.

En suma, se está frente a un partido que es una fuerza débil porque no tiene ideología definida, ni proyecto político y de alianzas estable, ni capacidad de representatividad con su propio sector religioso, mucho menos fuera de él. Aunque es promisorio para quienes aspiran a movilizar el voto evangélico, difícilmente podrá cumplir porque, finalmente, son los propios evangélicos quienes no necesariamente están con el PSC.

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