Caminar por el borde costero de Viña del Mar siempre ha sido una experiencia única: la geografía, los roqueríos, el mar y las construcciones que dialogan con el paisaje. Por eso, la inminente demolición de la Casona Cunningham, en avenida Borgoño, representa mucho más que la pérdida de un inmueble: es la desaparición de un fragmento de identidad urbana.
Esa casa, junto a la vecina Casona Vial, forma parte del imaginario colectivo, casi un mito urbano que por décadas acompañó el recorrido costero. Su silueta era parte del paisaje y de la memoria de quienes crecimos caminando entre el horizonte y las piedras.
Transformar el sitio en un mirador puede parecer una ganancia para el espacio público, pero sería deseable que ese proyecto recogiera algo de su historia: la volumetría, la materialidad o al menos una evocación arquitectónica que mantenga viva su huella.
Viña del Mar ha visto desaparecer demasiadas casonas notables, víctimas de la falta de planificación y de una débil cultura patrimonial. El municipio tiene hoy la oportunidad de saldar esa deuda con su historia, impulsando una intervención participativa que preserve, aunque sea parcialmente, el espíritu de la Casona Cunningham.