La resistencia a los antibióticos avanza de forma silenciosa, pero constante. Cada año, más infecciones comunes dejan de responder a los tratamientos habituales. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada seis infecciones bacterianas confirmadas en 2023 fue resistente, y la cifra crece sin freno.
El problema surge cuando las bacterias, expuestas repetidamente a los mismos fármacos, aprenden a defenderse. Modifican su estructura, expulsan el antibiótico o intercambian genes de resistencia con otras bacterias. Así, infecciones que antes se resolvían en pocos días hoy requieren fármacos más caros, más tóxicos o incluso carecen de tratamiento eficaz.
El uso indebido de antibióticos, tanto en medicina humana como veterinaria, ha acelerado esta crisis. La automedicación, los tratamientos incompletos y la prescripción sin diagnóstico microbiológico son prácticas que favorecen la selección de cepas resistentes. A ello se suman los residuos de antibióticos en el ambiente y el empleo indiscriminado en la agricultura.
Chile ha avanzado en la vigilancia de la resistencia mediante programas como PROA y una red de laboratorios que mejora el control clínico. Sin embargo, aún faltan recursos para ampliar la cobertura regional, integrar la información sanitaria y promover el diagnóstico rápido.
Evitar un escenario sin antibióticos eficaces requiere decisiones concretas, como regular la venta sin receta, mejorar la educación sanitaria, incentivar la investigación farmacéutica y reforzar la cooperación entre los sectores humano, animal y ambiental. La resistencia no espera; cada uso inadecuado de un antibiótico acelera su avance.