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El barrio que define el futuro: la deuda de Chile con sus niños y niñas

En Chile el espacio donde se nace y se vive es un factor gravitante a la hora de determinar el futuro de una persona, no solo en términos de ingreso y educación, sino también de salud, expectativa de vida y laborales.

En Chile, casi 4,5 millones de personas tienen menos de 19 años. De acuerdo con el reciente informe de UNICEF y el Ministerio de Desarrollo Social (2025), el 10,5% de los niños, niñas y adolescentes vive en situación de pobreza por ingresos, y el 18,4% enfrenta pobreza multidimensional, una cifra que se eleva al 27,5% entre los menores migrantes. Casi 46 mil de ellos residen en campamentos y más de 500 mil trabajan entre los 5 y 17 años.

En tanto las cifras ajustadas por un análisis del Observatorio Niñez Colunga estima que estas cifras se ajustaran según los indicadores de la propuesta de la Comisión Asesora Presidencial para actualizar la medición de la pobreza en Chile la pobreza infantil podría alcanzar al 31 % de la niñez chilena.

Los niños son una cuarta parte de la población en Chile, pero habitan ciudades que —en palabras de la urbanista Beatriz Mella, directora del Centro CIUDHAD de la Universidad Andrés Bello— “han sido planificadas pensando en el adulto productivo, no en los niños”.

Esa afirmación resume una deuda que va más allá del déficit habitacional, la pobreza o de la falta de plazas seguras. Es una deuda con el futuro.

“El acceso a áreas verdes, plazas o calles seguras define para los niños sus posibilidades de autonomía, aprendizaje y bienestar. Ver más verde, moverse a pie o en bicicleta, jugar cerca de casa no son lujos urbanos, sino condiciones que moldean el desarrollo cognitivo y físico”, explica Mella.

El arquitecto Ricardo Abuauad, decano del Campus Creativo UNAB, complementa desde una mirada política: “El escaso avance en las ciudades hipotecó el futuro de los que crecieron en los barrios vulnerables de Chile, que esperaban una mejora”.

Su diagnóstico se sostiene en evidencia internacional. El Opportunity Atlas de la Universidad de Harvard demostró que crecer en un buen barrio puede aumentar las ganancias de por vida en US$200.000, mientras que un estudio de Claremont McKenna College concluyó que “el código postal donde creces predice tu destino económico mejor que cualquier otro indicador”. En otras palabras: el barrio es una fábrica silenciosa de desigualdad.

Según Mella, “planificar con las infancias no es construir más juegos ni pintar muros de colores. Es asumir que la ciudad también educa, y que su diseño transmite una idea de quién importa y quién no”.

Ese vínculo entre entorno y desarrollo no es solo emocional: los datos lo confirman. Los niños y niñas que viven en zonas rurales o vulnerables enfrentan mayores tasas de deserción escolar —47 mil se desvincularon del sistema entre 2023 y 2024—, y los puntajes SIMCE muestran brechas profundas según nivel socioeconómico: apenas 11,5% de los estudiantes de 4° básico del grupo más bajo logra aprendizajes adecuados en matemáticas, frente a 49,9% en los sectores altos.

La otra crisis: seguridad

A eso se suma una crisis de cuidado y seguridad. El informe de UNICEF y el Ministerio de Desarrollo Social (2025) indica que más de la mitad de los hogares con niños declara haber presenciado situaciones de violencia en su entorno residencial, y que 6 de cada 10 cuidadores reconocen usar métodos violentos de disciplina.

A lo anterior se suma un entorno inseguro, que ha llevado a que los niños abandonen las calles como espacios de juego. En este contexto, diseñar ciudades que cuiden “exige priorizar que los niños puedan caminar con seguridad, acceder a servicios próximos, cruzar calles seguras y contar con sombra y buena iluminación”, sostiene la académica del CIUDHAD.

La geografía urbana chilena sigue reproduciendo desigualdades: barrios sin plazas, escuelas lejanas, transporte costoso, calles inseguras. En ese paisaje, el lugar donde se nace define las oportunidades futuras. “No hay equidad intergeneracional posible sin un espacio público que permita a los niños circular con seguridad y confianza”, subraya Mella.

El desafío, coinciden ambos expertos, es pasar del diagnóstico a la acción. Invertir en barrios seguros y amables no es un gesto estético: es una política social. Si el barrio moldea la vida, entonces cada vereda rota, cada plaza sin sombra o cada bus que pasa de largo es una forma de exclusión. Recuperar la ciudad para las infancias es, quizás, el primer paso para reconstruir un país que todavía no aprende a cuidar.

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