En otras ocasiones me he referido a algunas anécdotas de nuestra infancia junto a nuestro abuelo materno Enrique. En el variado repertorio de ellas, no pocas son atribuibles al uso de un conjunto de expresiones que seguro coleccionó desde su infancia y juventud lebulense, y a que la mayoría las atribuyo a su interacción con muchos personajes de variada raigambre en el entorno de su trabajo como carpintero, mueblista, o constructor de casas.
Hace varios días ronda en mi memoria una de ellas. “¡Ecolecuá!” ¿La han escuchado? Es poco probable que la hayan visto escrita, pues son expresiones vivas en la oralidad, que como he podido percatarme se ha extendido por amplio dominio de América. ¿Cómo se activó mi memoria? Porque hoy escuché casi de la nada una variante, “¡école!”, y de ella surge otra, “¡eco!”
Las tres expresiones bailan en nuestra memoria y se deslizan de tanto en tanto en nuestra oralidad.
“¡Ecolecuá!” Registros lexicográficos asocian esta expresión a la lengua italiana, que de un modo u otro se ha instalado en el uso americano, chileno también. Es cierto, desde la expresión originaria ha habido adecuación fonológica, morfológica y léxica, y grafemática. Primero, el ajuste fonético y, lo último, su representación escrita.
¿Qué significa “¡ecolecuá!”? En consonancia con el diccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua española (ASALE), “Expresa aprobación o conformidad con lo dicho por el interlocutor”. Es posible acomodarla a significados tales como “¡tal cual!”, “¡correcto!”, “¡eso mismo!”.
¿Y “¡eco!”? ¿Cómo se resuelve el uso de esta expresión, que no es más que una versión breve de “¡ecolecuá!”? Según la misma fuente de consulta lexicográfica anterior, “¡eco!”, “Expresa entusiasmo por algo o asentimiento”.
La tercera expresión en contienda, “¡école!”. El diccionario de americanismos ya referido señala “Expresa afirmación o constatación”, también “… agrado, aprobación”.
¡Qué dinamismo tiene el lenguaje en el uso de sus usuarios!
¿Conocían estas interjecciones? ¿Las habían escuchado alguna vez? ¿Sabían sus acepciones de significado o las intuían, quizás por contexto, o solo por uso consuetudinario, habitual? ¿Las habían empleado alguna vez?
Por mi parte, estas y otras expresiones se ajustan también en mi memoria, porque como familia tuvimos la fortuna de compartir de manera parcial y no tan poco con personas o familias de origen italiano, estas arraigadas en Los Ángeles, ya en la década del cincuenta, años posteriores, y por siempre. ¿Quiénes? Integrantes de la familia Castiglione, de la familia Pocorobba, de la familia Fonti, de la familia Valenti, esta última, en Lebu. Y qué decir, otras tantas familias dispersas por gran parte de la zona sur del Biobío, en la provincia de Malleco, en la provincia de Cautín, han contribuido al crecimiento de innúmeras comunidades de hombres y mujeres, y de sus entornos. Grandes personas, altruistas, como ninguna.
Y lo que nos convoca esta vez, ¡atrévanse! ¡Utilicen alguna de estas tres expresiones u otras! La práctica idiomática siempre es diversa, dinámica, viva. Incorporar estas expresiones exoglóticas no empobrece una lengua, la enriquece, la hace diversa y única, a la vez.