Los juegos y juguetes tradicionales son aquellos que han sido transmitidos de generación en generación, suelen ser simples, de bajo costo, no requieren tecnología avanzada y reflejan la cultura y costumbres de un país.
Con los aires primaverales comienzan a resonar en nuestras memorias colectivas los juguetes como el trompo, yoyós, cometas y volantines, hacemos esfuerzos por trasmitir a los más pequeños de la familia como se juegan y los materiales con los que se construían. Juegos como la rayuela, el luche, nos evocan los recuerdos y memorias de las experiencias más cercanas, recordamos el jugar con la cuerda, a las escondidas o a la gallinita ciega, en los recreos de la escuela o en las tardes de barrios de juegos entretenidos con los amigos.
Los juguetes y juegos llamados tradicionales son objetos y actividades muy sencillas, que no requieren de costosos materiales y son de fácil elaboración, pero que conllevan un valor incalculable: transmiten alegría, jolgorio, cultura, fomentan la creatividad, la socialización y el movimiento corporal. Cada giro del trompo, cada salto en la cuerda, cada lanzamiento en la rayuela no solo ejercita el cuerpo, sino que también fortalece la imaginación y el espíritu junto con la capacidad de seguir superando obstáculos y los problemas que se presentan.
Estos juguetes y juegos funcionan como puentes entre generaciones. Podemos recordar tardes enteras inventando reglas, compartiendo risas, hazañas y aprendiendo la paciencia de esperar turnos. Hoy, más que nunca, se requiere que su práctica se retome en escuelas y hogares para que los niños y niñas se conecten con una historia viva que forma parte del patrimonio intangible de nuestra sociedad.
En la educación infantil los juguetes y juegos tradicionales son herramientas pedagógicas poderosas. Integrarlos en la rutina escolar no solo hace que los aprendizajes sean significativos, sino que también promueve habilidades emocionales, sociales y cognitivas. Además, al ser accesibles y simples, fomentan la inclusión y la participación de todos los niños y niñas, independientemente de sus recursos.
Como educadores y familias, debemos darles espacio en la vida cotidiana, valorarlos y disfrutarlos junto a nuestros pequeños. Porque en cada juguete y juego tradicional hay un aprendizaje escondido: cooperación, resiliencia, creatividad y, sobre todo, la magia que conlleva cada uno. Mantenerlos vivos no es solo conservar objetos y rememoranzas del pasado: es preservar nuestra cultura, nuestra historia y la infancia misma. Son un recordatorio de que, a veces, la felicidad más genuina se encuentra en lo simple, en lo compartido, en lo que nos conecta con quienes fuimos y con quienes somos.