Septiembre trae consigo un aire especial en Chile. Desde las calles y los hogares comienzan a asomarse los colores patrios, los atuendos típicos, las recetas ahora inevitables de empanadas y anticuchos, las fondas que abren sus puertas, y la música de cueca que nos invita a bailar. También reaparecen las competencias, los volantines surcando el cielo, las promociones para no subir de peso, y hasta los debates parlamentarios sobre el aumento o no de días feriados. Todo parece ser parte de una misma celebración que, sin dudas, nos entusiasma.
Sin embargo, esta fiesta tradicional también nos enfrenta a una paradoja: ¿es realmente una celebración para todos y todas? ¿Nos hemos detenido a pensar en aquellas personas que por distintas razones no pueden sumarse a estos festejos? Parece que nos resulta difícil pensar en quienes no tienen los recursos para acceder a una fonda, comprar alimentos típicos o participar en el jolgorio que inunda caminos y ciudades. La ilusión de las Fiestas Patrias puede desvanecerse fácilmente para quienes viven en la exclusión o en la soledad.
Por ello, más que solo celebrar, es necesario que estas fechas nos convoquen a la conciencia social y a la solidaridad. Podemos transformar este tiempo en una oportunidad para vivir el sentido inclusivo de “ser país”. ¿Qué tal si cada vez que compremos una empanada o un vaso de terremoto, aportamos un pequeño donativo que la fonda destine para quienes están en situación de calle o para personas mayores sin acceso a estas celebraciones? Pueden darse pequeños gestos que sumarían para disponer simbólicamente de un Chile más justo y acogedor.
Inclusive, podemos volver a lo simple, a lo humano: retomar con alegría los juegos tradicionales, la chicana, la corrida de sacos, encumbrar volantines desde la inocencia y sin riesgos. Porque sabemos que el exceso y el alcohol, en otras ocasiones, han oscurecido la fiesta con tragedias. Invitar a niños y niñas a reír, a jugar, a compartir momentos genuinos sin que signifique un gasto excesivo ni una exclusión.
De esta manera, de modo simple podremos levantar la vista más allá del egoísmo cotidiano y mirar al otro, a nuestro vecino, a quienes muchas veces quedan invisibles. El verdadero espíritu de las Fiestas Patrias debe ser ese: una invitación a disfrutar nuestra cultura con respeto, alegría y solidaridad. Que no sea solo un motivo para decirle al extranjero “en Chile se pasa y se come bien”, sino para sentir orgullo de un Chile en que todos y todas podemos celebrar juntos y en armonía.