El próximo 16 de noviembre 2025, Chile volverá a las urnas para elegir Presidente, Senadores en siete regiones y Diputados en todo el país. Será una elección distinta porque votar será obligatorio. Y eso obliga también a mirar con más cuidado la avalancha de datos que ya están circulando por los medios de comunicación masiva.
En tiempos donde los datos parecen hablar solos, pensar estadísticamente se vuelve una forma de participación ciudadana primordial, ya que se trata de leer con criterio lo que otros interpretan por nosotros. Cuando una encuesta la interpretan como “el candidato A lidera con un 30%”, conviene hacerse preguntas simples, pero poderosas: ¿cuántas personas fueron encuestadas?, ¿de qué lugares?, ¿cuándo?, ¿y cuál es el margen de error? —en otras palabras, qué tan cerca se espera que esté el resultado real de la población. Sin esas respuestas, un gráfico llamativo puede terminar distorsionando la realidad.
El pensamiento estadístico nos enseña justamente eso: a desconfiar del “dato” sin contexto, desde una actitud escéptica. En un gráfico, por ejemplo, una barra más larga puede deberse a una escala manipulada; un mapa de colores intensos puede esconder diferencias mínimas. En el fondo, leer bien los datos es un acto de ciudadanía.
El Servicio Electoral (SERVEL) pone a disposición una base de datos enorme y abierta. Revisarla permite ver que en las presidenciales de 2021 participó el 55,6% del padrón, mientras que, en el plebiscito constitucional de 2022, con voto obligatorio, la cifra saltó al 85%. No son solo estadísticas: son señales de cómo cambian nuestras conductas colectivas cuando la norma cambia.
Educar en estadística cívica significa enseñar a preguntar, a comparar y a poner los datos en su sitio. En una sala de clases, los resultados electorales pueden servir para desarrollar conocimientos procedimentales sobre el cálculo de porcentajes, elaboración e interpretación de gráficos y examinar información estadística desde una lectura crítica de los datos representados; y en la vida pública, para exigir transparencia y rigor en lo que se comunica.
En una época donde los titulares compiten por segundos de atención, votar también implica pensar con datos, idóneamente. Porque detrás de cada información estadística de interés hay personas, decisiones y contextos particulares, a veces invisibles. Y entender eso, más que una habilidad técnica, es una forma profunda de cuidar la democracia.