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Pantallas que Deslumbran y Oscurecen: La Infancia en Tiempos de Sobreexposición Digital. Por Fernando Alex Cortés Tello,Subdirector Unidad de Salud Pública – DFTS Coquimbo,Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud

El uso excesivo de pantallas en población infantil y adolescente constituye un fenómeno ampliamente documentado, con implicaciones significativas para el desarrollo cognitivo, socioemocional y neurobiológico. Las directrices de la OMS sobre exposición digital en la primera infancia establecen límites estrictos debido a la elevada plasticidad cerebral en estos periodos críticos. La evidencia científica muestra que la estimulación proveniente de dispositivos móviles que fragmentan la atención, disminuye la capacidad de mantener el foco sostenido y afecta la eficiencia de los circuitos neuronales vinculados a la autorregulación y el pensamiento ejecutivo.

Estudios a lo largo del mundo indican que la gratificación inmediata propia de videojuegos, redes sociales y aplicaciones interactivas altera los mecanismos de recompensa y reduce la tolerancia a la frustración. Esto se relaciona con mayor impulsividad, dificultades en la regulación emocional y aumento de ansiedad en edades escolares. Investigaciones en neurodesarrollo evidencian que la exposición temprana puede interferir en la poda sináptica y la mielinización, procesos esenciales para redes neuronales maduras y funcionales.

El impacto en la adquisición del lenguaje constituye otro eje crítico. Varios estudios señalan que la interacción pasiva con contenidos audiovisuales no ofrece retroalimentación necesaria para la construcción del vocabulario, la estructuración sintáctica ni el desarrollo pragmático. En menores de dos años, la sustitución de interacción humana por digital se asocia con retrasos en el habla y menor riqueza expresiva. Paralelamente, análisis comparativos indican que los contenidos prefabricados limitan el pensamiento divergente y reducen oportunidades de elaboración simbólica, afectando la creatividad y la flexibilidad cognitiva.

La literatura biomédica documenta también efectos sobre el sueño: la luz azul inhibe la producción de melatonina, altera la arquitectura circadiana y genera dificultades de conciliación, reducción del sueño profundo y fatiga diurna. Estas alteraciones repercuten en la memoria, la estabilidad emocional y el rendimiento académico. Informes de CEPAL muestran que en América Latina muchos niños, niñas y adolescentes exceden los tiempos recomendados, amplificando desigualdades educativas, sobre todo en contextos con menor supervisión y escaso acceso a actividades alternativas.

A largo plazo, la evidencia neuropsicológica sugiere que la exposición desregulada durante fases sensibles puede generar trayectorias cognitivas menos adaptativas, con menor control ejecutivo, dificultades persistentes de atención y patrones conductuales asociados a mayor distracción y menor autonomía en el aprendizaje.

Frente a estos hallazgos, el desafío no es prohibir la tecnología, sino diseñar marcos de uso informado y regulado. La mediación adulta, la contextualización pedagógica, la promoción del juego tradicional, la actividad física y la higiene del sueño emergen como estrategias prioritarias para disminuir riesgos y favorecer un desarrollo integral. El consenso científico es claro: la tecnología puede ser valiosa, pero solo cuando se utiliza con equilibrio, supervisión y finalidad educativa.

 

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