La Navidad suele asociarse con alegría y encuentro, pero para muchas personas se convierte en un recordatorio doloroso. La silla vacía desordena el ánimo y reabre heridas. Esta fecha intensifica la presencia de la ausencia, haciendo emerger emociones ambivalentes: el deseo de compartir y el peso de la pérdida.
El duelo no siempre se origina en la muerte. También hay ausencias por quiebres familiares, distancias no resueltas o recuerdos de discusiones que vuelven con fuerza. Estos cortes afectivos duelen tanto como la pérdida física.
¿Qué hacer frente a este escenario? Una estrategia saludable es realizar ritos de memoria: visitar el cementerio, encender una vela, preparar la comida favorita del ser querido o compartir anécdotas. Ritualizar el recuerdo transforma la ausencia en presencia simbólica. No elimina el dolor, pero lo acompaña y le da sentido.
En estas fechas, más que imponer alegría, conviene abrir espacio para la reflexión y la empatía. La Navidad también puede ser un tiempo para honrar la memoria y reconstruir vínculos.